La neblina suave se cuela entre las copas y envuelve las 2 300 hectáreas de la reserva comunitaria Campococha. Desde sus tres miradores naturales, el paisaje se descubre como un lienzo de vida silvestre.
En lo alto de un tokota, un grupo de monos capuchinos busca frutos con destreza. Comparten territorio con monos lanudos que avanzan entre ramas, sostenidos por su cola.
Este bosque tropical comienza en la parroquia Ahuano, en el cantón Tena, provincia de Napo, y se extiende hasta Ovepare, en el límite con Pastaza. Lo atraviesan los ríos Sotano y Rodríguez, que alimentan una red de 10 cascadas.
En el lecho del Rodríguez yace un tesoro geológico milenario: troncos que, a primera vista, parecen rocas, pero que en realidad son fragmentos de madera petrificada que conservan la textura y las líneas finas de la corteza.
Una muralla de árboles milenarios
Según los guardabosques, este patrimonio natural tiene unos 50 millones de años*. la comunidad estima que, a lo largo de seis kilómetros de cauce, reposan más de 10 mil piezas, algunas ocultas bajo arena, ramas y hojas; tras expuestas en la orilla.
«Encontramos madera petrificada de los ceibos hijos asi lo llamamos porque a penas crecieron y cosas de la naturaleza cayeron, tuvieron contacto con el río y ahí se quedaron”, contó la guía Sasy Cerda.
Llegar hasta esta zona implica caminar dos horas por un sendero de constantes ascensos y descensos.
En el trayecto, una muralla de árboles matapalo muestra su historia: lianas que hace 30 años se aferraron a otros árboles en busca de luz, los envolvieron y terminaron por asfixiarlos.
El camino estrecho zigzaguea bajo la sombra de chunchos, caobas, y ceibos, donde crece la flor beso del amor, de pétalos rojos intensos.
Tangaras enmascaradas revolotean entre bromelias rosadas. El registro en la zona alcanza unas 80 especies de aves.
Hay tucanes, guacamayos, perdices, papagayos de pecho amarillo. Ellos se encuentran en la zona por el alimento. «Comen la flor de las palmas como por ejemplo ahorita, tenemos el coco, vienen a comer las flores de chonta, morete otro tipo de frutas», señaló la guía.
Flora y fauna diversas
En ciertas zonas no hay caminos trazados y el guía aparta ramas y hojas para avanzar.
Cerca de las riberas, reptiles se camuflan en la tierra húmeda: una serpiente venenosa se enrosca en postura defensiva al percibir nuestra presencia, hay que ser sigilosos.
Un poco más allá, una boa arcoíris —de dos metros— reposa entre hojas caídas, y un escarabajo negro avanza lento sobre la superficie, mientras una mariposa morpho abre sus alas azules.
Aquí el aire húmedo trae aroma a hojas frescas y madera en descomposición. Sobre algunos troncos proliferan los hongos quemados y hongos blancos.
Este ecosistema se mantiene gracias a la vigilancia comunitaria: 460 personas de la nacionalidad quichua realizan patrullajes dos veces por semana —hasta 10 horas de caminata— para prevenir la caza ilegal y otras amenazas.
Al caer la tarde, en la orilla aparece una lechuza. Sus grandes ojos rastrean el último movimiento del día en la reserva.
La luz se atenúa bajo el dosel y los tonos verdes se mezclan con el brillo dorado de la tarde.